16 may 2012

Desde María Magdalena de la Biblia hasta “La colombiana” de Pantaleón y las visitadoras: Las prostitutas y la literatura

Dicen que ejercen el oficio más antiguo del mundo y, por lo tanto, han estado presentes desde el invento de la literatura. Las prostitutas, cortesanas, hetairas o damas de compañía han desfilado por célebres páginas de grandes autores, de escritores anónimos y hasta de las escrituras sagradas, en todos los idiomas. El diario El País hizo un recuento de los personajes que en muchos casos humanizaron los cuentos o novelas porque mostraron al hombre un poco más terrenal, sacándose ese traje de moralina y dejándose llevar un poco más por el animal que es y siempre fue. En épocas distintas, el personaje de la prostituta siempre expuso la realidad, la sociedad tal y como era, con sus vacíos, soledades, libido, perversión, costumbres, dominio, necesidades innatas. Desde María Magdalena, en la Biblia, hasta las calurosas mujeres de Pantaleón y las visitadoras de Vargas Llosa, pasando por Delgadina de Memorias de mis putas tristes, de García Márquez y terminando, quizás en las célebres mujeres del jirón Huatica de nuestra Lima no tan antigua, las prostitutas legaron también a otras artes aparte de la literatura, dejando impresa su huella de sinceridad, su capacidad histriónica y dominio ante el siempre débil hombre. El artículo fue inspirado por la reedición de El Libro de Monelle, de Marcel Schwob, cuyas narraciones –según indica El País- combinan la fantasía del cuento de hadas con la poesía más macabra. “Un libro entre tierno y terrible que le fue inspirado al crítico y escritor francés por la joven prostituta Monelle (Louise en la realidad) que falleció prematuramente de tuberculosis dejándole a Schwob el corazón destrozado”, señala. Los dejamos con algunos extractos del artículo:
En la literatura grecolatina hay varias formas de ver la prostitución, desde la más modesta y miserable hasta la más sublimada”, explica Emilio Suárez, catedrático de Literatura de la Universidad Pompeu Fabra. En la comedia griega y latina, agrega el catedrático, "aparecen personajes de prostitutas (y prostitutos), generalmente se refieren a ellos de manera irónica y les meten puyas. En el Satiricón de Petronio se describe a veces el mundo más sórdido y masivo de los lupanares romanos. Y el poeta Arquíloco difama a sus enemigos atribuyéndoles a sus hijas prácticas propias de la prostitución”. Sin olvidar a las prostitutas sagradas, como las sacerdotisas en el templo fenicio de Astarté donde “la pasión se veía como el ámbito de dioses como Eros o Afrodita, y Gorgias disculpa así el adulterio de Helena de Troya”. La prostitución aparece en obras medievales como Los Cuentos de Canterbury de Chaucer o el Decamerón de Bocaccio, en los que frecuentemente se ve a las prostitutas como mujeres que engañan, enamoran y se llevan la fortuna de los burlados. También aparecen obras como La Celestina con presencia, en tono de picaresca, de las meretrices. En el Romanticismo “la eclosión de la mujer y sus derechos, incluso antes de las sufragistas, da una visión idealista de la prostituta. En la novela gótica, por ejemplo, como mujer dueña de su cuerpo y de su destino. La literatura las ve con simpatía, como libertarias”, explica Javier Aparicio, profesor de literatura de la Universidad Pompeu Fabra. Un ejemplo podría ser la Clarissa de Samuel Richardson. "En todas las épocas en las que la literatura ha tenido carácter social, la figura de la prostituta ha sido frecuente", recuerda Aparicio, quien añade que "en los realismos del XIX se asocia la prostitución al mundo de la marginalidad, como producto de la degradación de la sociedad”, como es el caso de Naná, de Émile Zola. La situación cambia a principios del siglo XX, con la llegada de las vanguardias histórica, donde la prostituta suele aparecer como una mujer liberada y culta, dueña de su cuerpo. “En los años 20 y 30 del siglo pasado vuelve la mujer liberal, que no es necesariamente una prostituta que cobra por sus servicios, pero sí una mujer que frecuenta el sexo de manera natural, algo que no encaja en la burguesía, que tienen una vida fuera de los cánones”, asegura Aparicio. Ya en el siglo XX, algunos ejemplos de su presencia son La Romana, de Alberto Moravia; El palacio de las bellas durmientes, de Yasunari Kawabata; Pantaleón y las Visitadoras de Mario Vargas Llosa; o El lugar sin límites, de José Donoso. “Por lo demás, en la literatura siempre ha habido interés por las putas, sin duda porque, como decía Engels, la prostitución y el adulterio no son una amenaza para el matrimonio burgués, sino parte de él”, explica el escritor Rafael Reig, cuya tesis doctoral fue Mujeres por entregas: la prostituta en la novela del XIX. “A mí, en literatura, lo que me interesa de las putas es que ofrecen de inmediato su cuerpo, a cualquiera, pero sus sentimientos son inaccesibles para todos. El símbolo de esto es la leyenda de que las putas no se dejan besar en la boca. Esto me parece fascinante y una visión que se subleva contra la norma: la intimidad no está entre las piernas, sino dentro de una misma. En ese sentido, las putas llevan al extremo la alienación que provoca el capitalismo, la ponen en evidencia al convertir su cuerpo en herramienta de trabajo, como cualquier albañil”.
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