
Yo sabía que podía conseguirlo en alguna librería, pero mis bolsillos ya no estaban para gastos de tipo librería del Perú. Una tarde, de esas en las que el sol alumbra, no recuerdo exactamente qué estaba haciendo por el Centro de Lima, pero recuerdo que caminando por la avenida Uruguay me topé con una tiendita misia, (de esas que los lectores solemos subestimar) y entré, (también por esa extraña intuición de lector –comprador– desahuciado) cuando vi el título del libro lo primero que hice fue cogerlo delicadamente y antes de abrirlo recuerdo que me dije como si fuera ayer “que no esté cagado, por favor, que no lo esté” y hoja por hoja, empecé a revisarlo y quedé ahí por 253 segundos, suspendido, casi sin respirar. Para sorpresa de la vendedora lo dejé en su escaparate con una indiferencia olímpica, cogí otros textos y pregunté por sus precios. La había confundido (un amague a lo Garrincha) de eso estaba seguro. Volví a preguntarle ahora por el libro de Bassani con más indiferencia de la que nunca pude jamás haberme imaginado. “Tres soles nomás, dijo”. El libro estaba intacto, era original y me costaba 3 lucazas, ¡qué más podía pedir! Lo pagué sin titubear y salí de esa tiendita misia a paso acelerado con el bendito libro que sujetaba entre mis manos y que presionaba fuerte por si las moscas.
Todo el trayecto a casa no le quité la mirada de encima y lo leí pausadamente cuando llegó el momento, como si disfrutara de algún agradable menjunje limeño. Entonces empecé a conocer a Micol, la chica mala de la historia (como diría la china María Emilia Cornejo), y empecé a conocer a los Finzi Contini, una familia de judíos radicados en Ferrara antes de que explote la II Guerra Mundial. Solo entonces pude comprender por qué es precisamente este libro el que consagró a Bassani. Un magnífico escritor al que le debemos entre otras tantas cosas haber leído Il Gattopardo, la obra de Giuseppe di Lampedusa (obra que rescató de las huestes fascistas de Mussolini cuando decretó éste sus leyes racistas). Estoy seguro de que este libro he de recordarlo no solo por lo que me costó conseguirlo sino por lo que tardé en obtenerlo. Y sí, señores, valió la pena haber jodido tanto. (Luis E. Reyme)